El accidente de Romain Grosjean nos trajo a la memoria al malogrado Helmuth Koinigg en Watkins Glen ’74. Con distintos desenlaces continúa siendo un llamado de atención sobre la real seguridad de los guard rail en las carreras.
Vuelta 1. No termino de acomodarme en el sillón cuando quedo paralizado frente al televisor con el plano general de la curva 2. Un auto se despista, golpea contra la contención y estalla en fuego… El fuego, ese enemigo del automovilismo que en otros tiempos nos arrebató a tantos pilotos. Mi cabeza busca la última vez que ví esa imagen en la Fórmula 1: ¿Jos Verstappen en Hockenheim ’95? ¿Gerhard Berger en Imola ’89?. Me vienen otros horribles recuerdos, los cuales no viví, pero crecí con sus historias: Ricardo Palletti en Montreal, Ronnie Peterson en Monza, Lorenzo Bandini en Mónaco…
Vuelvo al 29 de noviembre de 2020. Se informa que el piloto accidentado es Romain Grosjean. No calma mí preocupación. No hay imágenes (mal presagio). Debió ser una eternidad de 5 minutos cuando se vio al piloto caminando con dificultad. El alivio que sentimos millones de televidentes en todo el mundo rápidamente se transformó en horror al ver la reiteración del accidente: el Hass del francés se incrustó contra el guard rail partiéndose en dos.
Es una escena dantesca. La parte posterior del seccionado Hass está intacta, la parte delantera (la del cockpit) terminó calcinada del otro lado de las defensas. Pero eso no es todo, para agregar un tinte más dramático a esta película, vemos los daños en el Halo. Este implemento, cuestionado en su momento por que “afeaba” los coches, le salvó la vida a Grosjean: evitó que la cuarta hoja de la valla metálica lo decapitara.
Mi mente me trasladó de nuevo al pasado. Una historia similar con un final trágico. El nombre de Helmuth Koinigg me retrotrajo a los tiempos donde la Fórmula 1 era tan romántica como bestial.
Corría 1974 y el gran circo llegaba a Watkins Glen (Estados Unidos). No era un Gran Premio más. Había transcurrido un año del fatal accidente de François Cevert en ese mismo escenario (cuando su Tyrrell atravesó un guard rail seccionando auto y piloto). La fatalidad nuevamente diría presente y de la manera más cruel. El Surtess de Koinigg pisa los restos del Lotus de Jacky Ickx (que se había despistado tres vueltas antes) provocándole una pinchadura en uno de sus neumáticos. El austríaco pierde el control del coche y atraviesa una de las defensas metálicas en la curva “The Toe”. Cuando llegan los auxiliares de pista se encuentran con el más dramático y horrible de los escenarios. La tercera hoja del guard rail había decapitado a Koinigg.
Regreso a 2020. Miro la escena por televisión y las fotos que me llegan por Whatsaap. Pienso en mí interior sobre la suerte que tuvo Romain. La mejor definición la dio Mariana Silva en su cuenta de Twitter: “el milagro de Barhein”. No se equivoca.
Las seguridad del auto salvó la vida del francés, oportunidad que no tuvo Koinigg en 1974. Es verdad, eran otros tiempos. Pero la FIA y Liberty no deben confiarse. Estos accidentes siempre son un llamado de atención para revisar las medidas de seguridad en los circuitos. En pleno siglo XXI no se debería discutir si son seguros o no los guard rail.
Entre el accidente de Koinigg y Grosjean hubo 46 años para decidir su eliminación. Como escribió alguna vez el cantautor Facundo Saravia: No hay que tentar a la suerte.