La Dama de los Fierros

La Dama de los Fierros

Rebelde, ingeniosa y temperamental; Bertha Benz no fue solamente la esposa del inventor del automóvil. También, a espaldas de su marido, realizó el primer viaje con el novel invento para exhibir su eficacia. Fanat1cos quiere rendir homenaje a las mujeres con la historia de una pionera que desafió prejuicios e impulsó a la industria automotriz.

 

 

 

Era una mañana de agosto de 1888. El jefe del hogar se despertó y le resultó extraño no encontrar a su esposa y dos de sus hijos varones. Caminando por la casa, el ingeniero e inventor encontró una nota sobre la mesa del comedor que lo dejó estupefacto: “Vamos a Pforzheim a ver a la abuela”.

 

La esquela no sorprendería nadie, salvo que se tenga en cuenta que la anciana vivía a 106 kilómetros al sur del hogar familiar en Mannheim (Alemania). Era el mundo de fines del siglo XIX y se consideraba una osadía que una mujer hiciera algo sin pedir permiso a su marido. Pero eso no pasaba por la cabeza del esposo, pensaba que había una sola manera de trasladarse sin esperar una diligencia. Rápidamente se trasladó al taller contiguo a la casa y descubrió que su invención no estaba.

 

La esposa decidió viajar en ese extraño carruaje sin caballos que el ingeniero había patentado tres años antes y lo bautizó Motorwagen” (“Coche a Motor” en alemán). El hombre era Karl Benz. La mujer, nuestra heroína, Bertha Ringer o como será recordada en la historia de la industria automotriz: Bertha Benz.

 

 

 

Bertha Benz

 

 

 

 

 

El primer desafío

 

Bertha fue una mujer adelantada a su tiempo (hoy se la llamaría rupturista o transgresora). Su vida merece una miniserie o película. Nacida el 03 de mayo de 1849, era la hija de un carpintero que amasó una interesante fortuna. Pero su padre, Karl Friedrich Ringe, propio de la mentalidad de la época, la marcaría con una anotación en su diario personal que descubriría accidentalmente en su niñez: “Desafortunadamente, solo una niña otra vez”.

 

Aquellas palabras hirientes y que desmoralizaría a cualquier infante o adulto, para la niña Bertha fue una motivación. Con el paso del tiempo demostraría que ser mujer no era una debilidad y que podía enfrentar los retos que se proponía. Era un verdadero desafío a la sociedad de fines del 1800.

 

Primero fue el conocimiento. Se apegó a su padre y aprendió todos los secretos de la carpintería y el funcionamiento de la locomotora (la motorización será su gran curiosidad y fascinación). A los 9 años, por su posición económica, ingresó a una escuela para niñas de la clase alta.

 

Ese privilegio le posibilitó seguir aprendiendo con entusiasmo pese a los cánones de la época. En aquellos tiempos había una teoría científica que afirmaba que el cerebro femenino era incapaz de absorber y procesar tanta información. La teoría concluía que si las mujeres pensaban demasiado podría ser perjudicial para lo único que habían sido creadas: la capacidad de procrear. Bertha demostraría lo contrario.

 

 

Bertha Benz

 

 

 

El ingeniero

 

La juventud encontró a Bertha como una muchacha de buena posición, culta y rebelde. Su belleza y estatus atrajo a varios pretendientes, pero no sentía atracción por ninguno. Tampoco estaba interesada en un casamiento por conveniencia (una vieja tradición de las familias pudientes). Quería ser libre en todo sentido, incluso en el amor. Y pronto el amor tocaría su puerta.

 

Corría 1869 y en el club Eintracht quedó cautivada por un joven ingeniero llamado Karl Benz. Era un muchacho desalineado, sin un centavo y con mucha imaginación. El combo conquistó el corazón de la joven. Además, compartían la misma fascinación que tenía desde niña: los motores.

 

Mientras el romance entre el ingeniero y la jovencita de gran alcurnia avanzaba, al mismo tiempo, la relación se constituía en una sociedad comercial. Pese a la oposición de su padre, Bertha invirtió su dote en la flamante empresa que fundó su novio: Benz & Cie. El emprendimiento no solo se dedicaría a la fabricación de máquinas industriales, también se abocaría al desarrollo de ese extraño proyecto que llamó la atención de la muchacha y no dudó en apoyar: un carruaje que pueda moverse sin caballos.

 

 

Benz Patent Motor-car Model_

 

 

 

 

La joven enamorada podía disponer libremente de su dinero y veía futuro en la idea revolucionaria de Benz. En sus memorias, años más tarde, Bertha dejó asentado por qué se animó a esa audaz inversión y el apoyo tajante al proyecto: Con este paso, a mi lado está un idealista que sabe lo que quiere, desde lo pequeño y estrecho hasta lo grandioso, claro y vasto”.

 

En 1872, Bertha y Karl se casaron. Para el espíritu rebelde de la joven era un retroceso. Por aquellos años la legislación del Imperio Alemán impedía a las mujeres casadas ser inversionistas; por lo tanto, ya no podía disponer de su dinero. A partir de ese momento, la compañía debía financiarse con las ganancias.

 

No fueron tiempos fáciles para el emprendimiento familiar. La empresa tenía más períodos malos que buenos y la estrechez económica era una constante en la vida de los Benz. A la memoria de Bertha regresaban las advertencias que le hizo su padre para que desistiera de casarse con el joven emprendedor. Herr Ringer intuía que su hija solo viviría penurias, ella le restaba importancia a esos temores.

 

Pese a las épocas de miseria y pasos en falso, Bertha siempre creyó en las ideas de su marido. Eso sí, no dudó en admitir que él no fue una mente brillante para los negocios: Si bien Karl Benz era un genio del diseño no reconocido, el talento para los negocios no era uno de sus puntos fuertes”.

 

Mientras Benz buscaba levantar la compañía, la vida familiar comenzaba a expandirse con la llegada de los hijos. En 1873, Bertha dio a luz a Eugene y un año más tarde a Richard; en 1877 llegaría Clara (la primera niña del matrimonio) y unos años después nacerán dos mujeres más: Thilde (1882) y Ellen (1890).

 

 

 

 

 

 

El Motorwagen”

 

La llegada de los hijos era una presión extra para el ingeniero. Su compañía se encontraba estancada y su idea del “carruaje sin caballos” era un sinfín de prueba y error. Tras años de arduo trabajo, a fines de 1885, Karl Benz hizo realidad su sueño: logró funcionar su Motorwagen”.

 

El 29 de enero de 1886, el empleado de la oficina de patentes no salía de su asombro ante la insólita solicitud de Benz para que el gobierno le otorgara la patente de un extraño carruaje. Este tenía tres ruedas con un motor de tracción trasera de 954 cc (de cuatro tiempos y un solo cilindro con ignición).

 

La estructura del vehículo poseía un tubo de acero con paneles de madera. Las ruedas eran de llanta de acero y caucho sólido (ambos diseñados por Benz). La dirección se realizaba mediante una cremallera y piñón que pivotaba la rueda delantera. Poseía resortes completamente elípticos en la parte trasera (con un eje rígido y cadena de transmisión en ambos lados). La transmisión se realizaba con un sistema simple de correa de una sola velocidad.

 

Luego de las habituales trabas burocráticas y las pruebas de rigor para comprobar su eficacia; en noviembre de aquel año, el estado alemán le otorgó al Benz Patent-Motorwagen la patente número 37.435. Oficialmente se reconocía el primer vehículo automotor de combustión interna del mundo. Nacía el automóvil.

 

Un dato desconocido sobre el trámite es que pudo ser un punto de inflexión en la historia de la igualdad de género. ¿Por qué? Bertha tenía derecho a reclamar la titularidad de la patente. Por ser la persona que financió el proyecto, la ley alemana le otorgaba los derechos sobre el invento; pero su condición de mujer casada le impedía ejercerlos.

 

La legislación de la época le birlaba su lugar en la historia. Pero el destino le depararía un sitial asombroso y único.

 

El audaz viaje

 

El éxito por inventar el “carruaje sin caballos” y la obtención de la patente entusiasmó a la familia Benz. Creían que la novedad traería una lluvia de pedidos. ¿Quién no querría un carruaje que no necesitaba ser arrastrado por un caballo? ¿Quién no desearía tener un vehículo que solo hay que alimentarlo de combustible y no de heno? ¿Quién no anhela viajar en su propio medio de movilidad sin correr el riesgo que un equino se encapriche y se empaque en medio del camino? Al menos eso imaginaban los Benz.

 

Insólitamente el vehículo despertó poco interés. En parte se debía al costo. Su valor inicial era de 600 marcos de oro (el equivalente a 4.268 dólares de hoy); una fortuna para la época y solo accesible para la clase alta. Además, como señalaría Bertha en sus memorias, Karl Benz no era hábil para los negocios y mucho menos en el marketing. La falta de publicidad del invento lo estaba condenando al ostracismo.

 

En tres años de vida del Motorwagen apenas se vendieron dos unidades. Benz estaba desmoralizado y analizaba la idea de no seguir intentando comercializar el coche. Bertha no permitiría esa claudicación. Habían invertido mucho dinero, pasado cientos de penurias económicas y dedicado mucho tiempo al proyecto. No se rendirían fácilmente (al menos Bertha).

 

 

 

 

 

 

 

Nuevamente su espíritu rebelde le indicaba que debía tomar las riendas (o el volante) de la situación. Comenzó a pergeñar un golpe publicitario que cambiaría la vida de la familia y de una incipiente industria.

 

Con las primeras luces de aquella mañana de agosto de 1888, Bertha sacó silenciosamente el Benz Patent-Motorwagen Nº3 del taller contiguo a la casa. Lo empujó hasta la calle haciendo el menor ruido posible, subió a sus dos hijos mayores (Eugene y Richard), arrancó el motor y emprendió un viaje que pondría a prueba la confiabilidad del vehículo.

 

La idea era partir desde la casa familiar en Mannheim con dirección sur hasta la casa de su madre en Pforzheim. La travesía cubriría una extensión total de 106 kilómetros.

 

Comenzaba una aventura épica, no sería un viaje sencillo. El coche nunca fue exigido a distancias tan largas (ni siquiera estaba diseñado para los caminos accidentados que recorrían las diligencias). Bertha se lanzó a una aventura que nadie podría adivinar el final. A fin de cuentas ¿Un pionero no es un audaz?. Bertha Benz era audacia pura.

Ella era consciente que el coche la pondría a prueba. Una de ellas era el combustible. Con una velocidad máxima de 16 km/h, el carburador tenía una alimentación de menos de 5 litros por lo que su prioridad era conseguir éter de petróleo. Llamado también ligroína, este derivado se utilizaba para lavado en seco.

 

 

 

 

 

 

La única forma de conseguir el vital combustible era en las farmacias. Cuando el vehículo se encontraba prácticamente sin una gota de ligroína, en el pueblo de Wiesloch, encontró un boticario que poseía el químico y pudo reabastecerse. Aquella farmacia se transformó en la primera estación de servicio del mundo.

 

No fue el único reto. La travesía tuvo cientos de paradas. Bertha aprovechaba las fuentes de agua de los pueblos para refrigerar el motor (el coche usaba un sistema de termosifón para enfriarlo). Además, sus conocimientos de mecánica aprendidos de su padre y su ingenio le fueron de utilidad a la hora de hacer reparaciones.

 

Algunas de ellas fue limpiar una válvula obstruida con un alfiler de su sombrero, arregló el sistema de encendido con una hebilla del pelo y usó una liga  como aislante para cubrir un cable pelado. En una de las paradas obligadas, realizó una reparación clave: se dirigió a una zapatería para colocarle suelas de cuero a los frenos de madera. Había inventado las pastillas de freno.

 

Tras 12 horas de viaje, Bertha Benz y sus dos hijos arribaron a la casa de su madre en Pforzheim. Inmediatamente se dirigió a la oficina de correos para telegrafiar a su esposo que habían llegado a destino. Tres días después y con la experiencia de la ida,   regresaría a Mannheim por un camino más corto:  seguiría el curso del Rin. Con la vuelta a casa completaba un recorrido total de 194 kilómetros.

 

Como apostilla del viaje de regreso, el último pueblo por el que pasó antes de llegar a Mannheim se transformaría, años más tarde, en uno de los templos del automovilismo alemán y de la Fórmula Uno: Hockenheim.

 

Bertha sacó dos conclusiones de su travesía que mejorarían el invento de su esposo. La primera conclusión es el de implementar su creación de la pastilla de freno y el segundo agregar un engranaje accesorio para subir las colinas.

 

La aventura fue una gran publicidad para el Motorwagen. El boca a boca de los testigos ocasionales y las declaraciones del matrimonio a la prensa impactaron en la opinión pública.

 

El prestigio del ingeniero Karl Benz se disparó y comenzaron a llover los pedidos por el vehículo. La compañía Benz y Cie. se reorientó a la fabricación de automóviles. La hazaña de Bertha fue el espaldarazo final para que los inversionista apoyaran tanto a su compañía como a sus competidores. Eran los cimientos de la industria automotriz.

 

Luego de la travesía y con las finanzas familiares estabilizadas después de años de frustraciones, Bertha se dedicó a su familia (su quinta y última hija nació en 1890). Acompañó a Karl en el crecimiento de la empresa hasta convertirse en uno de los referentes automotrices de Alemania.

 

En 1925 fue testigo de la fusión de Benz y Cie. con Daimler MG para reactivar la industria automotriz alemana. La derrota en la Primera Guerra Mundial devastó la economía del viejo imperio y la unión de los históricos rivales era la única salida para que ambas automotrices pudieran sobrevivir al caos económico. Era el nacimiento de Daimler-Benz AG que pronto lanzaría una marca que se convertiría en sinónimo de calidad y excelencia: Mercedes-Benz.

 

Cuatro años después de la fusión, Bertha enviudó. Tras 57 años de matrimonio, Karl Benz fallecía dejándola en una profunda tristeza. Rodeado de la compañía de sus hijos y nietos, transitaría el final de sus días en su residencia de Ladenburg. El 05 de mayo de 1944, dos días después de cumplir 95 años, cerraba sus ojos para siempre.

 

A modo de epilogo

 

La hazaña de Bertha Benz fue un punto de inflexión en la historia de la industria automotriz. Se transformó en una leyenda que, lamentablemente, tardó más de un siglo en ser reconocida por el mundo motor (a pesar de ser una historia que se transmitió de generación en generación).

 

También llama la atención el nulo interés por su figura de parte de los colectivos que pregonan el feminismo (incluso su desconocimiento). Su historia encuadra con la lucha de las pioneras por la igualdad entre hombres y mujeres. Su visión y obstinación la llevó a apoyar con su patrimonio el nacimiento de una industria. Su coraje le dio el impulso definitivo.

 

Con el inicio del siglo XXI, el mundo automotor comenzó a redimirse. En Wiesloch, donde realizó la primera parada para repostar combustible, se le erigió un monumento en su honor. En 2008, las autoridades alemanas aprobaron la creación de la Bertha Benz Memorial Route (una ruta turística que recorre los 194 km que realizó en 1888). En 2016 fue incluida en el Salón de la Fama del Automóvil. Y en 2019, conmemorando el día de la mujer, Mercedes-Benz lanzó un cortometraje sobre la legendaria travesía.

 

 

 

 

De a poco se va redescubriendo a Bertha Benz y su legado en el automovilismo. Sin su audacia la industria automotriz hubiera tardado varios años en despegar. Sin su valentía no hubieran existido los intrépidos que se animarían a correr las primeras competencias en los caminos de tierra. Sin su determinación no hubieran existido los Enzo Ferrari, los Henry Ford o los Ferdinad Porsche. Sin su temperamento no existirían los Alfred Neubauer, los Collin Chapman, los Mauro Forghieri o los Adrian Newey. Sin su pasión por los motores no podríamos haber disfrutado de Rudolf Caracciola, Tazio Nuvolari, Juan Manuel Fangio, Jim Clark, Ayrton Senna, Michael Schumacher o Lewis Hamilton.

 

No alcanzará una vida para agradecerle su legado. Bertha Benz fue una pionera, la madre del automovilismo mundial. Una dama de los fierros.