Se cumplieron 40 años de la rebelión de los pilotos en Kyalami. Se oponían a las condiciones impuestas por la FISA para la Superlicencia. Nuevamente Sudáfrica era escenario de un feroz conflicto con el polémico Jean-Marie Balestre como protagonista.
Los cables de las agencias de noticias descolocaron a los medios de todo el mundo. No existía Internet y tampoco las redes sociales. Los celulares estaban reducidos a un grupo muy selecto de usuarios que podían pagar 4.000 dólares mensuales de servicio (además de cargar los equipos que pesaban más de medio kilo). La comunicación telefónica desde el exterior demoraba varias horas en establecerse. Y una conexión vía satélite era costosa y se imploraba a los dioses de las telecomunicaciones que no cayera la señal. Por lo tanto, había que dar crédito a la información que arrojaban los Télex desde Sudáfrica.
Pilotos de Fórmula Uno atrincherados en un hotel, mecánicos jugando un partido de fútbol en la calle de boxes, carteles solicitando pilotos en la entrada de los garages, promotores al borde del infarto y un caudillo testarudo que no quería dar el brazo a torcer. Rememorar aquellas jornadas del 21 al 22 de enero de 1982 en Kyalami se podría asociar a una película de Federico Fellini que una primera fecha del campeonato mundial. Sin embargo, hace 40 años, aquel surrealismo marcó el pulso en la guerra abierta por los equipos y pilotos contra la FISA comandada por Jean-Marie Balestre. Sudáfrica ’82 abrió, de la forma más caótica que nadie podía imaginar, una de las peores temporadas que recuerde la Máxima Categoría (marcada por boicots, huelgas y accidentes fatales o con secuelas de por vida).
Era el único evento deportivo que continuaba visitando la Sudáfrica del Apartheid. Soportando las presiones, la FISA, la rama deportiva de la FIA, hacía oídos sordos a la comunidad internacional. La federación presidida por el polémico dirigente francés desafiaba la política de aislamiento contra el régimen segregacionista. El ente rector, respaldado por los equipos nucleados en la FOCA (bajo el liderazgo de Bernie Ecclestone), enviaba su joya más preciada a un país que le garantizaba una carrera en el hemisferio sur.
Para la FISA y FOCA, las plazas sudamericanas que representaban Argentina y Brasil eran consideradas inestables para el calendario (de hecho Buenos Aires estaba en duda y unos días después se canceló la fecha); Sudáfrica, en cambio, se mantenía firme contra viento y marea desde la década del sesenta. Para el gobierno local, el Gran Premio, era la única oportunidad en el año para mostrar al mundo que no existía la segregación racial contra la comunidad negra y se ejercía la libertad de una forma “diferente”.
La FISA podía presumir que la Fórmula Uno, a diferencia de otros deportes, no era rehén de la geopolítica. Mientras que los afrikaners, la minoría blanca que gobernaba el país desde 1948 a través del Partido Nacional, podía victimizarse como una sociedad incomprendida en el concierto de la naciones. Negocio redondo para ambas partes.
Sin embargo, en 1981, el Gran Premio tuvo su primer coletazo con el enfrentamiento entre FOCA y FISA por el reglamento técnico que pretendía eliminar el “Efecto Suelo”. La mayoría de los equipos se opusieron. Sin posibilidad de postergar la fecha inaugural y ninguna solución a la vista, las escuderías viajaron a Kyalami para correr la primera fecha de la temporada con una salvedad: usarían los autos que se encuadraban bajo la antigua reglamentación.
El conflicto terminó en un escándalo. La carrera se corrió con vehículos fuera de reglamento y con las ausencias de Alfa Romeo, Ferrari, Ligier, Renault y Osella (quiénes estaban alineados con FISA). El ente rector no reconoció la prueba ganada por Carlos Reutemann con el Williams y, por ende, no se otorgaron puntos para el campeonato. Un año después de la polémica, los promotores sudafricanos aguardaban que su Gran Premio se desarrollara con normalidad y sin sobresaltos. Era una expresión de deseo. Si el año anterior los equipos se plantaron con firmeza; ahora, los pilotos, patearían el tablero.
Desde fines de 1981 se discutía los términos que imponía la FISA para acceder a la Superlicencia. Varios corredores se negaron firmar sus contratos con los equipos hasta que no se resolvieran una serie de objeciones a las nuevas exigencias. “Cuando Teddy Mayer [jefe del equipo McLaren] me pidió que firmara en casa en enero, me negué. Le dije que no se preocupara. Estaba preparado para correr, pero había que cambiar el negocio de las Superlicencias”, comentó en su momento Niki Lauda al periodista Heinz Prüller.
El austriaco regresaba a la categoría tras su retiro sorpresivo a principios de 1979 (cuando abandonó Brabham por diferencias con Ecclestone). Era consciente que su vuelta ocurría en medio de un conflicto muy serio entre los pilotos y la FISA. Niki no dudó en acompañar el reclamo de sus colegas y se plegó a las objeciones.
¿Cuáles eran los puntos cuestionados? Solo tres. El primero que los pilotos debían revelar sus detalles financieros. El segundo estar ligados al equipo que los contratara por tres años. Y el tercero, el más polémico, era una cláusula mordaza que prohibía a los corredores criticar a la FIA (y por extensión a la FISA). Las condiciones leoninas impulsadas por Balestre buscaba aleccionar a los pilotos bajo una doctrina: aceptar las reglas o estar fuera de la Fórmula Uno.
Balestre jugó bien sus cartas. Los equipos no se movieron mucho para persuadir al presidente de la FISA. Les obsequió una cláusula que ataba a los pilotos con una escudería por tres temporadas. La nueva regla le ahorraba a los patrones el disgusto de un portazo por culpa de un bajo rendimiento de los autos (Reutemann con Lotus en 1979) o si una crisis interna colmaba la paciencia del corredor (Lauda con Brabham). ¿La privacidad financiera y la libertad de expresión? Le restaron importancia. ¿Qué podría suceder?
Al igual que en la polémica por el reglamento técnico, los equipos viajaron a Kyalami sin que estuviera resuelto el tema. El clima era tenso y las esperanzas de una solución antes de la primera tanda clasificatoria (que se realizaba los días viernes) comenzó a diluirse durante los ensayos libres del jueves 20. El tiempo se agotaba como la paciencia de los pilotos.
El viernes 21 estalló el conflicto. Hartos de la negativa de la FISA de no rever las cláusulas, los corredores se revelaron. En un hecho inusual, que solo ocurría cuando había reclamos por seguridad en los circuitos, nadie saldría a las prácticas matutinas (lo que hoy sería la FP3). La decisión de los pilotos no se limitarían a los ensayos, también amenazaron con no correr el domingo. Balestre, lejos de buscar la conciliación, espetó sin tapujos: “¡Te prohibiremos para siempre si no lo haces!”. Su intento de apagar la hoguera con nafta no dio resultado, nunca tuvo alma de bombero.
Los pilotos no se acobardaron ante la prepotencia del francés. Luego de varios cabildeos se agruparon y subieron a un ómnibus con destino al Sunnyside Park Hotel (ubicado a pocos kilómetros del autódromo). Treinta pilotos, en su mayoría estrellas del automovilismo mundial, se declararon en huelga. Se marcharon de Kyalami con lo puesto. Algunos con el torso desnudo y un jean; otros con una camiseta, pantalón corto y sandalias. Lauda y Didier Pironi eran de los pocos que se encontraban vestidos de manera “presentable” (simplemente porque no se cambiaron de ropa). Reutemann era el único que tenía el buzo antiflama.
Una vez en el hotel, los pilotos se atrincheraron en la sala de conferencias y cerraron las puertas con llave. Con un orden de organización que envidiaría cualquier sindicato, se acordaron los roles que ocuparían cada uno y el plan de lucha. Lauda sería el portavoz ante la prensa. Pironi el delegado que hablaría con Balestre. Todo el grupo permanecería en estado de asamblea permanente. El objetivo: tumbar las tres condiciones que imponía la FISA para la Superlicencia. Balestre, descolocado por la medida de fuerza, se negó a dialogar. Optó por una errática estrategia pensando que debilitaría la posición de los corredores: no negociaría bajo presión.
Con los pilotos atrincherados y Balestre inflexible ¿Cómo seguía la vida en el circuito Kyalami? Era una escena surrealista. Los autos estaban en los pits estacionados en fila. Mágicamente, como ocurre en estas situaciones, apareció una pelota de fútbol y los mecánicos improvisaron un partido en la calle de boxes. El equipo ATS lo tomó con humor y colgaron un cartel con una peculiar solicitud: “Se buscan pilotos de Fórmula Uno, preguntar aquí”. Los jefes de las escuderías deliberaban entre ellos buscando la solución más inverosímil que se les podía ocurrir (como traer de emergencia a pilotos de otras categorías para salvar la fecha). Los aficionados aguardaban en las gradas sin entender lo que ocurría. Y los promotores de la carrera, al borde de la desesperación, se tomaban la cabeza y no creían lo que estaba pasando.
Pironi se trasladó varias veces en helicóptero desde el hotel hasta el autódromo. A su regreso, el parte a sus compañeros era el mismo: Balestre no quería dialogar. “No estoy preparado para hablar”, era la excusa que transmitía al piloto de Ferrari. Lauda aprovechó la tozudez del mandamás y lo utilizó como una herramienta de presión. Aprovechando que el hotel se encontraba sitiado por periodistas de todo el mundo, el dos veces campeón lanzó, de forma diplomática, el primer golpe: “Balestre representa a FISA, así que puedo entender por qué no quiso hablar con nosotros. Dijo que no estaba preparado para hablar con los conductores que se negaban a practicar. Pero siempre puedes encontrar una manera de hablar con alguien… Y durante mucho tiempo se negó a hacerlo. Si quiere arruinar todo el Gran Premio solo para demostrar que él es el organismo oficial… Bueno, eso es lo suficientemente justo”.
La declaración del austriaco marcó la cancha y anticipó las consecuencias por la negativa del dirigente. Si no había una respuesta a los reclamos, la carrera se cancelaba. Los promotores, al borde del infarto, presionaron a la FOCA para que hagan entrar en razón a Balestre. Los equipos, acaudillados en su mayoría por Ecclestone, comprendían el desastre comercial que se avecinaba para la categoría. La amenaza de los patrocinadores con iniciar demandas por incumplimiento de contrato rondaba la cabeza de los jefes. Había que forzar a la FISA a dialogar con los pilotos. Era el único camino. Había mucho dinero en juego y la Fórmula Uno continuaba hundiéndose en el fango por el mesianismo de Balestre.
Los corredores se mantenían firmes en su postura y continuaban en la sala de conferencia del Sunnyside Park Hotel. Pero se acercaba la noche y la negativa al dialogo obligó un cambio de planes. Sin abandonar la huelga, decidieron quedarse a dormir en el salón. Los empleados del hotel comenzaron a trasladar colchones desde las habitaciones. Eran para camas matrimoniales y dormirían dos personas por colchón. La imprevista escena comenzó a relajar las tensiones y sus protagonistas se aprestaban a pasar la noche más atípica que recuerde la Fórmula Uno.
Treinta adultos, considerados los corredores más veloces del mundo, con dos campeones mundiales en sus filas, algunos consagrados en sus países como héroes nacionales y otros como figuras en ascenso; armaron una pijamada como si fueran niños. Patrick Tambay no dejaba de hacer humoradas sobre las parejas improvisadas. Elio de Angelis y Gilles Villenueve entretenían a sus compañeros tocando el piano que se encontraba en el salón. Además, el canadiense, era el encargado de las maldades a los que roncaban. “Alguien al lado de [Keke] Rosberg estaba roncando hasta que Villeneuve le puso una manta encima”, recordaba Lauda con una sonrisa.
Mientras los pilotos pasaban una noche distendida; la madrugada de los promotores, los dueños de equipos y Balestre fue una pesadilla. Los sudafricanos presionaban a la FISA y FOCA para que encuentren una solución que garantizara la carrera. Un día más de huelga y se caía la fecha. Finalmente, la presión surtió efecto. En las primeras horas de la mañana del sábado 22, el poderoso mandamás, acorralado y sin opciones, dijo la frase que empezó a destrabar el conflicto: “Estoy prepado para negociar”.
Pironi pudo sentarse a conversar con el caudillo. No resultó fácil la negociación. Era muy difícil entablar un dialogo con Balestre y más cuando éste sabía de antemano que la batalla estaba perdida. El de Ferrari sorteó hábilmente el escollo gracias a su firmeza y moderación (también lo ayudó su origen francés). El presidente de la FISA cedió a las demandas y daría marcha atrás con las cláusulas objetadas. Fue un acuerdo de palabra y no se suscribió ningún acta de compromiso. Los pilotos creyeron en la palabra de Balestre. En 1982 un apretón de manos todavía era un código de honor que valía más que un acuerdo firmado. Y un francés siempre honraba su palabra.
Los pilotos habían triunfado. La FISA dejaría sin efecto las tres condiciones leoninas para la Superlicencia. Los equipos respiraban aliviados y los promotores recuperaban el aliento. El Gran Premio de Sudáfrica seguía adelante.
Los rebeldes abandonaron el hotel y se trasladaron en ómnibus a Kyalami. Los pilotos regresaron a su box desaliñados y sin bañarse. Se colocaron los buzos y cascos para subir a sus autos y retomar las prácticas. Nelson Piquet fue el único que no pudo ensayar. Ecclestone le prohibió subirse a su Brabham BT 49B porque “lo veía cansado”. Al último campeón no le causó gracia la orden de su patrón. Quedará la duda si fue un castigo aunque su compañero Riccardo Patrese fue autorizado a salir a pista. El fastidio le duraría poco al brasileño, en la clasificación lograría el segundo lugar.
La carrera la ganaría Alain Prost con el Renault Turbo. Por si faltara condimentos al insólito fin de semana, el propio francés le puso la cuota de emoción cuando se le reventó el neumático trasero izquierdo estando en la punta. La rapidez de los mecánicos para cambiar la goma lo devolvió en la séptima posición y comenzó una remontada devorando rivales (incluido su propio compañero René Arnoux). Era la primera victoria de los motores de turbocompresión y la prensa pronosticaba que arrasarían la temporada. Sin embargo, en la misma carrera, se vio el Talón de Aquiles del impulsor Renault: perdían rendimiento sobre el final de la competencia. Nadie lo advirtió en su momento. Arnoux, que se encontraba firme en el segundo lugar, fue superado con facilidad por el Williams-Cosworth de Reutemann a pocas vueltas del final. Los especialista lo atribuyeron a la excelente remontada del argentino (largó octavo) y no sospechaban que pudiera tratarse del motor.
La bandera a cuadros marcaba el regreso a una relativa paz dentro de la Fórmula Uno. La rebelión de los pilotos sería una anécdota. Sin embargo, inesperadamente, Balestre contraatacó. Sin desconocer el pacto de caballeros, fue a la caza de todos los implicados en la huelga. La FISA comunicó, horas después de finalizado el Gran Premio de Sudáfrica, el retiro de la Superlicencia a todos los que participaron del boicot y se aplicarían multas a Lauda y Pironi (señalados como los líderes de la revuelta). Era la venganza del francés.
Vendrían días muy difíciles para la Fórmula Uno. La temporada estaba en duda. Cuando todo se encaminaba a un callejón sin salida, la FIA inclinó la balanza a favor de los pilotos. El tribunal de apelaciones del ente rector redujo las sanciones y criticó duramente a la FISA por el manejo del conflicto. Balestre, finalmente, fue derrotado.
No sería la última vez que la prepotencia del presidente de la FISA amenazaría la estabilidad de la Máxima Categoría. A lo largo de la década de los ochenta y los primeros años de los noventa se librarían feroces batallas, en dos frentes bien diferenciados, por el control del Gran Circo. En la parte comercial y política seguiría la guerra con Ecclestone y la FOCA. En la parte deportiva, años más tarde, un joven paulista lo enfrentaría como ningún otro piloto. En 1982, ese jovencito arrasaba en la Fórmula Ford 2000 y estaba en la mira de varias escuderías. Su nombre era Ayrton Senna da Silva.