El Proyecto Moskvich fue el intento más serio de un constructor soviético para competir en la máxima categoría. Un cambio reglamentario y la falta de apoyo económico del Kremlin archivó el sueño de pelear mano a mano con las grandes escuderías europeas.
Entre fines de los ‘50 y principios de los ’60, la Unión Soviética vivió una época de oro. El antiguo bloque socialista, en su ambición por demostrar superioridad sobre los Estados Unidos, asombró al mundo con sus logros en la carrera espacial.
Los rusos tenían con que presumir. En 1957 pusieron en órbita el Sputnik 1 (el primer satélite espacial) y a la perrita Laika (el primer ser vivo). En 1960, Yuri Gagarin destilaba su sonrisa desde la cápsula Vostok convirtiéndose en el primer ser humano en viajar al espacio exterior. Y en 1963, Valentina Tereshkova inscribió su nombre en la historia de la humanidad como la primera mujer en órbita. La seguidilla de éxitos llenó de orgullo a los ciudadanos soviéticos.
Con esta motivación, la industria automotriz de la URSS también quería demostrar al mundo que estaba a la altura e incluso podía superar a sus rivales del otro lado de la cortina de hierro. ¿Desarrollar autos de calle de excelente calidad y accesibles para el pueblo? Para nada. Su objetivo era construir un coche competitivo y conquistar la categoría elite del automovilismo mundial: la Fórmula 1.
Aún hoy es desconocido por muchos la gran afición que tuvieron los soviéticos por el automovilismo. Aquel deporte, que en tiempos de la Revolución de Octubre era considerado propio de aristócratas, comenzó a tener cultores en el proletariado. Existen registros de competencias desde 1924 y, desde mediados de la década del ’50, se organizaron los primeros campeonatos para coches de fórmula libre (con gran asistencia de público).
No era de extrañar que ese boom por las carreras alentara a las automotrices a considerar su participación en la Fórmula 1. Historiadores y periodistas especializados coinciden que existieron tres proyectos para desarrollar un monoplaza para la máxima categoría. Solo uno estuvo a las puertas de ingresar: el Moskvich G5.
Corría 1965 y la dirección de la compañía MZMA (Fábrica de Coches Pequeños de Moscú –traducción de sus siglas al castellano-) ideó un programa para el desarrollo de un monoplaza de Fórmula 1. La fábrica no era ajena a las carreras, producía coches de competición a la par de sus legendarios vehículos de calle Moskvich (que circulaban por toda la Unión Soviética y sus países satélites).
La MZMA no se lanzó a esta aventura porque sí. Sus directivos estaban convencidos que podían desarrollar un auto capaz de vencer a los grandes equipos europeos. Soñaban con Grandes Premios épicos donde el monoplaza que representaría el ideario socialista vencería en su propio territorio a los símbolos del capitalismo automotor como Ferrari y Lotus.
Esa visión tuvo el respaldo del ministerio de deportes con la aprobación del jefe del Kremlin: Leonid Brezhnev. El líder soviético, que había asumido el poder en octubre de 1964, era un apasionado por los automóviles. Al final de su vida se especuló que tuvo una colección particular de entre 150 y 300 vehículos (la mayoría obsequios de líderes extranjeros). La pasión de Brezhnev por los autos era tal que él mismo conducía su propio coche cuando se trasladaba del Kremlin a su dacha de Zarechye (en las afueras de Moscú). Era conocida su afición tanto como su gusto por pisar a fondo el acelerador (Richard Nixon lo sufrió cuando dieron un paseo en un Lincoln Continental en las afueras de Camp David en 1973).
Con el aval del gobierno y el entusiasmo por construir la máquina que irrumpiría en la Fórmula 1, el programa quedó bajo la supervisión de los ingenieros Igor Gladilin y Mark Milshteyna (jefes del proyecto). Se crearon dos equipos: uno se ocuparía de diseñar el chasís y el otro en construir el motor. El monoplaza de Fórmula 1 tomaría como base el último modelo para competencias locales que fabricó la MZMA: el Moskvich G4 del año anterior.
El Chasís tenía una estructura tubular que se dividió en secciones de 25 y 27 milímetros y se colocaron paneles de fibra de vidrio. Para comprobar su eficacia aerodinámica se utilizó por primera vez un túnel de viento. Incluso los ingenieros del MZMA estudiaron la posibilidad de incorporar un alerón trasero, pero rápidamente fue descartado (recién en 1968 aparecerían los primeros alerones móviles en la F1).
En la parte mecánica se instalaron suspensiones independientes y poseía discos de freno en las cuatro ruedas convirtiéndose en el primer coche soviético en incorporarlos. La caja de cambios era de cinco velocidades y se lo ubicó detrás del eje trasero. La longitud final del coche sería de 3.820 milímetros de ancho con una distancia entre ejes de 2.284 milímetros.
La creación del motor fue meticulosamente estudiada. Para armar el corazón del auto se tomó como referencia los motores V2 de cuatro tiempos de las motos de carreras Vostok C-360 de 350 centímetros cúbicos. Partiendo de esa base y con el reglamento técnico en mano, los ingenieros rusos desarrollaron un motor V8 de 1.5 litros con cuatro carburadores duales Weber. La obra de arte de la ingeniería soviética estaba lista y llevaría el nombre técnico “GD-1”.
Como si fuera un huevo Fabergé, el monoplaza fue construido con delicadeza. El resultado final era un auto de Grand Prix digno de representar a la Unión Soviética y alcanzar la gloria en nombre de la Madre Patria y el Partido Comunista. Había nacido el Moskvich G5 GD-1.
Con el auto terminado llegó el momento de probarlo. El motor alcanzó en el banco de pruebas 200 hp con 10.500 RPM, mientras que en pista llegó a 162 hp con 6.000 RPM. Si comparamos con los tres motores más rápidos de la temporada 1965 vemos que el Ferrari 205 B alcanzaba 210 hp (11.000 RPM), el BRM campeón con Lotus daba 220 hp (11.500 RPM) y el Coventry Climax FWMV llegaba a 185 hp (8.900 RPM). Tomando estas referencias, los ingenieros quedaron entusiasmados con el amplio desarrollo que podría experimentar el motor.
El talón de Aquiles era el peso. El Moskvich G5 tenía 550 kg mientras que la Ferrari 158 estaba en 468 kg y el Lotus 33 de Jim Clark acusaba un peso de 451 kg. Esta diferencia obligaba a los ingenieros a replantear la distribución de peso en el monoplaza. Más allá de este contratiempo, la esperanza soviética de dominar la Fórmula 1 podría ser realidad a partir de 1966. Solo un revés de última hora terminaría con las aspiraciones.
A mediados de 1965 la FIA introdujo varios cambios reglamentarios con miras a la próxima temporada. La modificación más importante se daba en los motores: pasarían de los impulsores de 1.5 a 3 litros. La novedad encendió las alarmas en el Proyecto Moskvich.
El presupuesto que disponía la MZMA no preveía un cambio en pleno desarrollo del programa. Hacer un nuevo motor requeriría más dinero que la fábrica no tenía y debía solicitarlo al ministerio de deportes. Las idas y vueltas de la burocracia soviética finalizó con la negativa del Kremlin de aportar más presupuesto. Fue el golpe de gracia al Moskvich G5. Al no contar con dinero propio para cubrir el desarrollo de un nuevo motor, la directiva de la MZMA decidió cancelar el proyecto. Finalizaba el sueño de conquistar la Fórmula 1 sin siquiera salir a pista.
Pero el Moskvich G5 no quedaría arrumbado en un rincón de la fábrica en Moscú. La directiva decidió que el monoplaza fuera destinado a las competencias locales de la F1 Soviética (la URSS tenía su propia F1) y a la Copa de las Naciones (un campeonato que reunía a pilotos de todos los países del Pacto de Varsovia). La única modificación fue reemplazar el motor GD-1 por un impulsor Moskvich 412 (derivado del modelo de calle). Lo que no pudo demostrar en la máxima categoría, lo demostró en los circuitos soviéticos ganando los campeonatos de 1969, 1972 y 1973.
En la actualidad, uno de los Moskvich G5 se exhibe en el Museo del Transporte de Moscú. A su lado se encuentra el motor GD-1 V8 de 1.5 litros. Son mudos testigos de una aventura que no pudo ser y que dejó varios interrogantes: ¿El Moskvich podría haber derrotado a Ferrari y Lotus? ¿El G5 hubiera logrado victorias en los Grandes Premios? ¿La URSS podría haber conquistado el título de pilotos y constructores?. Preguntas que nunca tendrán respuesta.