Apareció un día de lluvia, un día de lluvia confirmaba lo que sería y jamás pudimos olvidarlo. Portugal 1985, se reverdecen los laureles negros y amarillos y entre verdes y amarillos aparecía un garoto inolvidable que nos puso azules más de una vez con sus hazañas.
Ayrton Senna Da Silva. Un joven paulista, único hijo varón de una familia acomodada de Brasil, que un día decidió dedicarse a las carreras de autos. Fue así que recorrió los caminos lógicos del kart, la Fórmula Ford Inglesa, la Fórmula 3 Inglesa y finalmente la Fórmula 1; cuando ésta era la máxima categoría sin duda alguna.
Allí, simplemente, llegaban los mejores pilotos del mundo. Donde los mejores ingenieros del deporte motor desarrollaban ideas locas con un lápiz negro y una hoja grande blanca en un tablero de dibujo. Y de donde salían diseños a mano alzada de los más grandes autos de la historia del automovilismo deportivo.
Nombrar a Mauro Forghieri, Colin Champman, Harvey Postlethwaite, Gordon Murray, Ron Tauranac, Ken Tyrrell, Peter Warr, Tony Southgate, o John Barnard (solo por nombrar algunos, sino los mejores) es hablar de la historia enorme de la Fórmula uno. Cuando el Tío Berni nos permitía ver autos distintos, motores con ruido a carreras y pilotos que usaban las dos manos (una para el volante y otra para la palanca de cambios) y los dos pies para accionar coordinadamente tres pedales. En los boxes había había olor a nafta súper mezclada con combustible de avión y aceite quemado. Las marcas de neumáticos eran muchas, los neumáticos eran muchos y no había restricciones para su uso (podías dejar “cuadrada” una rueda en clasificación por tirarte adentro de una curva en el frenaje sabiendo que, si el tiempo salía, esa rueda quedaba de testigo triunfal por el logro obtenido y para la carrera ponías otra nuevita nuevita sin que ningún proveedor te dijera qué tenías que usar).
Alguien estará diciendo: “¿Pero Tano, entonces todo tiempo pasado fue mejor? o ¿Te estás volviendo viejo?”. Mi respuesta sería: “En la F1, todo tiempo pasado fue sin dudas mejor y viejo es el camino y aún echa polvo”.
Pero volvamos a aquel flaco desgarbado que no pesaba más de 40 kilos y con piedras en los bolsillos. Tenía manos de pianista, brazos de esgrimista y piernas largas de Goofy (o Dippy o Tribilín según el país donde se lo nombre). Pero de ninguna manera “pinta” de piloto de autos de carrera y menos de un Fórmula 1.
Apareció en el radar de todos una tarde de lluvia torrencial de 1984 arriba de un Toleman TG184 con motor Hart turbo-comprimido y neumáticos Michelin; en la pista glamorosa del principado de Mónaco, en el Barrio del Monte-Carlo . Ese año nos tendría reservado la última consagración del gran Andreas Nikolaus Lauda; pero esa es otra historia.
Aquel 1984 nos presentaría a un ícono indiscutible de la historia de la Máxima (para muchos el más grande de todos) y desde ese momento jamás volveríamos a hablar de Fórmula 1 sin nombrarlo alguna vez en esa conversación.
Obviamente hablo de Ayrton Senna Da Silva. En realidad se llamaba Ayrton Da Silva Senna (siendo Da Silva el apellido de su padre -Milton- y Senna el de su madre -Neyde-). Se presentó como Ayrton Senna por el impacto que tenía esa combinación. Era un apellido con golpe y velocidad, contundente y ganador. Ayrton Senna, como sucede con todos lo ídolos populares, se transformó simplemente en Ayrton. Como si fuera uno más de la familia de cualquier mortal que fuese fan suyo.
Ese año en Mónaco Alain Prost, un pequeño francés de escasos 1,60mts de estatura, que a la hora de manejar un auto de carreras crecía hasta medir 3 metros o más, había hecho la pole para largar el GP. El protagonista de nuestra historia apenas alcanzó un modesto decimotercer puesto acorde a su modestísimo auto (Ayrton siempre anduvo más rápido que el Toleman).
La carrera se presentaba con complicaciones debido al clima. Amaneció con una lluvia torrencial y la pista llena de agua pero. . . el mítico túnel del principado, como no podía ser de otra forma, tenía su piso absolutamente seco!!! Y comenzaron los retrasos.
Febo no asomaba, el viento del Mediterráneo no aparecía como solución limpiadora del clima horrendo y muchos interrogantes que nadie solucionaba circulaban por el asfalto casi anegado.
“¿Que hacemos con la pista mojada y el túnel seco?”, decían . . . “Los neumáticos ancorizados eran los únicos posibles por la lluvia”, decían . . . Pero al pasar por el túnel seco acabarían desgastándose en exceso, con serio riesgo de romperse y dejar a alguno con tres ruedas y en peligro de una colisión severa. Cabildeos, discusiones y luego de una postergación para resolver, finalmente decidieron mojar el túnel.
La lluvia arreciaba y el Gran Premio se puso en marcha. Prost con su imponente McLaren Tag Prosche comandaba las acciones. De hecho solo perdió la punta a manos de Nigel Mansell entre las vueltas 11 y 15, retomando la cabeza de la hilera en la vuelta 16 y hasta el final . . . Hasta el final??? Veremos.
Desde la mitad de la grilla se asomaba el flacucho brasiliano y ya en la primera vuelta saltaba del puesto 13 al 9. Dos vueltas más y ese ignoto proveniente de la verde amarelha giraba 8°. En la séptima ya estaba séptimo (valga la redundancia). En la novena alcanzó el sexto puesto. Siendo quinto en las vueltas 11 y 12, cuarto en la 14 y 15, tercero de la 16 a la 18 y ya en la 19 segundo. . . En las vueltas 23 y 24 mostró claramente de que estaba hecho y a que venía a este mundo de fiebre por la velocidad y los fierros. Clava los relojes con dos records de vuelta consecutivos con la autoridad de un veterano. Un singular nacía en el mundo de la F1.
Dios, un gran compañero de Ayrton a lo largo de su vida, lo desafió. Contestando a sus récords de vuelta con más agua cayendo impávida del cielo, como siempre cae por esos lados, de arriba para abajo y toda junta.
Adelante, quien ya había sido subcampeón y volvería a serlo ese año detrás de Niki, era el luego cuatro veces campeón del mundo. El francés dominaba con autoridad pero empezó a sufrir problemas de frenos. Automáticamente comenzó a divisar, primero a lo lejos y luego cada vez más cerca, a quién se convertiría desde ese día en su sombra, en el hombre que opacaría todos sus logros, a quien no podría vencer con Ferrari cuando debería haber sido campeón, a quien supo chocar para evitar ser superado; en fin, el karma del profesor se agrandaba en los espejos y los colmaba. Era nada más ni nada menos que un piloto desconocido con un auto de mitad del pelotón para atrás. Se venía un tal Senna a secas y en la lluvia; eso era lapidario. Después comprenderíamos que nadie podía sobrevivir a un Senna bajo la lluvia y menos en Mónaco. El paso de los años y los triunfos en el Principado (seis en total con cinco consecutivos) confirmaban todo.
Y ahí empezó otra carrera. Pero que se corrió fuera de la pista, en los escritorios y en los subterfugios políticos de los boxes de la Fórmula 1.
Jean Marie Balestre, presidente de la FISA y francés como Alain Prost, en franca lucha contra Bernie Ecclestone (presidente de la FOCA) y respondiendo a los pedidos de su connacional; que venía en la punta agitando sus brazos por fuera del cockpit de manera desesperada cada vez que pasaba por la linea de sentencia, le ordena al largador oficial Jacky Ickx que despliegue el maldito trapo rojo en la vuelta 32 (la competencia estaba pactada a 77 vueltas). Recién se había corrido una hora y un minuto de carrera. No cabían dudas que en la vuelta 32 Senna tomaba la punta por asalto. Pero la roja daba por terminada la competencia en la vuelta anterior a su aparición, la 31, sin siquiera esperar que se cumplieran las dos horas previstas como tiempo máximo en una carrera disputada bajo la lluvia. Alcanzaron 31 vueltas en 1 hora y 1 minuto de carrera para detener todo. ¿Injusticia? ¿Politequería barata en beneficio del francés y en contra de quien luego mostraría un gran desdén por esa politequería barata? El tiempo y el destino fatal se llevó las respuestas.
Paradoja del destino, la decisión de parar la carrera antes de la mitad del recorrido le costó ese año el campeonato a Prost. La carrera pagó solo la mitad de los puntos y NIki venció a Alain por medio punto, el favor más caro del mundo.
Ayrton , el ignoto garoto, fue galardonado como el verdadero triunfador. A pesar de haber llegado segundo por razones “de fuerza mayor”. Desde ese día estuvo en el radar de todos los que amamos la Fórmula 1. Desde ese día finalmente Jean Marie Balestre perdió todo respeto y autoridad en el mundo automovilístico y desde ese día nació el enfrentamiento Senna-Prost, Prost- Senna (que sigue siendo materia de discusión hasta nuestros días).
Usted estará pensando que me olvidé del tema que había sido origen de esta nota: el primer triunfo de Ayrton en Portugal en 1985 con el Lotus Renault motor turbo y neumáticos Goodyear.
No estimado lector de Fanát1cos, no me olvidé. Usted lamentablemente se confundió porque el primer triunfo de Ayrton Senna Da Silva, de Senna o sencillamente de Ayrton no fue en Portugal 1985. No, el primer triunfo fue en Mónaco 1984 con su modesto Toleman TG184 con motor Hart Turbo y con neumáticos Michelin. Donde llegó segundo, sí . . . pero triunfó sobre el poder político, sobre la injusticia y se ganó el corazón de todos los Fanát1cos de la Fórmula 1.