Mientras su esposa Susie acusaba a la FIA de haberle robado el título a Hamilton, el Team Manager dio a entender que el británico o el equipo podría abandonar la categoría desilusionado por las decisiones del ente rector en Abu Dhabi. Un juego peligroso que pone en riesgo la imagen del ex campeón mundial y el prestigio de la marca Mercedes.
“Realmente espero que Lewis siga compitiendo porque es el mejor piloto de todos los tiempos. Si lo miramos en las últimas cuatro carreras, ha sido el dominador el domingo”. Nuevamente, Toto Wolff, volvió a convulsionar a la Fórmula Uno. Horas antes de la gala de premiación lanzó a la agencia AFP una catarata de titulares que ensombrece, aún más, la apasionante definición del campeonato que detuvo (literalmente) al mundo. El punto culmine de su excesiva intervención mediática fue poner en duda la continuidad de Lewis Hamilton porque, según afirmó, está decepcionado con la categoría.
Cómo si se tratara de un plan maquiavélico para aguar la gala de premiación de la FIA, la jornada del jueves comenzó con los rumores que afirmaban que tanto el patrón como su piloto no estarían presentes en la ceremonia (Hamilton debía asistir porque el reglamento obliga la presencia de los tres primeros del campeonato). En medio de la incertidumbre se conoció el comunicado de Mercedes renunciando a la apelación y aceptaba participar, junto al resto de los equipos y pilotos, de la convocatoria del ente rector para analizar los procedimientos que se realizaron en el Gran Premio de Abu Dhabi, buscar consensos para mejorar la aplicación del reglamento y establecer pautas de convivencia entre las escuderías y la Dirección de Carrera.
Cuando todo indicaba que el anuncio de Brackley devolvería la calma a la Máxima Categoría, Susie Wolff dinamitó la tregua. En una polémica declaración, publicada en su perfil de Facebook, sostuvo que Hamilton fue víctima de un “robo”. La esposa del jerarca dejó fuera de la acusación a Max Verstappen y Red Bull. Directamente apuntó a la FIA y en particular al director de carrera Micheal Masi. El polémico posteo dejó, sin embargo, un interrogante dentro del Gran Circo ¿Susie Wolff se ofreció como kamikaze para decir lo que Mercedes no puede expresar públicamente? La Paz entre el comunicado de Mercedes y la declaración “a título personal” de Missis Wolff duró poco más de dos horas.
A esa altura la velada estaba teñida por el escándalo. Una hora antes del incio, una noticia convulsionó las redacciones de todo el planeta: Hamilton podría abandonar la Fórmula Uno. Ni el más frío de los cronistas pudo salir de su asombro ante un título tan impactante. El responsable de haber arrojado la noticia que conmovió al mundo, comparable con la salida de Lionel Messi del Barcelona, tiene nombre y apellido: Toto Wolff.
Sin reparos y asumiendo un papel de víctima (como si fuera una continuación de la explosiva nota de su esposa) declaró a AFP sobre el golpe anímico y el supuesto daño moral que causó en Mercedes, en particular a él y su pupilo, las decisiones del comisariato (léase FIA) que desencadenó en la última y más apasionante vuelta que haya vivido la Fórmula Uno en los 71 años de existencia. Al igual que Susie, el Team Manager no levantó el dedo contra Milton Kaynes. Sus dardos envenenados, ocultos entre líneas, se dirigió a la Plaza de la Concordia.
“Lewis y yo estamos decepcionados en este momento. Si se rompe el principio fundamental de la equidad deportiva y la autenticidad del deporte, entonces el reloj ya no es importante, porque estamos expuestos a decisiones aleatorias”, comenzaba Wolf su victimización. Y agrega: “Empiezas a cuestionarte si todo el trabajo que has hecho realmente puede demostrarse, en términos de desarrollar el mejor rendimiento en la pista, porque puede ser quitado accidentalmente”. Las palabras del jefe de Brackley sigue la misma línea argumental de Susie: Hamilton perdió el título por obra de una conspiración y no por el talento aguerrido de Verstappen respaldado por una exitosa estrategia de carrera.
Incluso comparó la decisión de Masi con dos hechos históricos del fútbol: “Lo que pasó está a la altura de ‘La Mano de Dios’ o de Wembley”. El austríaco hacía referencia al legendario gol con la mano de Diego Armando Maradona a Inglaterra, en el mundial de 1986, y al “Gol Fantasma” del inglés George Hurst contra Alemania en la final de la Copa del Mundo 1966.
Posteriormente lanzaría la duda sobre la continuidad de Hamilton en la categoría. Después del primer titular, remarcaría el signo de interrogación en dos ocasiones más. Primero con un tono dramático:“Espero que continúe en 2022″. Luego invocando su hambre de gloria: “Como corredor, su corazón le dirá la necesidad de continuar porque está en la cima de su condición”.
Wolff describió que el británico está abatido, desilusionado y replanteando su carrera. Todo de boca de su jefe. Desde el podio de Yas Marina y un tweet publicado en su cuenta personal horas después de la definición, el siete veces campeón no volvió a pronunciarse en público. “Tomará mucho tiempo procesar lo que sucedió el domingo. No creo que lo superemos nunca. No es posible y ciertamente no es posible para Lewis”, afirma.
“Hablo con Lewis a diario y respeto que no hay mucho de qué hablar en este momento . Solo tengo que hacer lo mejor que pueda para ayudarlo a superar este dolor y los sentimientos que experimenta, para que pueda regresar con un gran amor por el deporte y confiar en la toma de decisiones el próximo año”, señaló. El abatimiento en los deportistas es muy común. Es un golpe anímico que se manifiesta, en la mayoría de los casos, en aquellos que tuvieron una dura y muy competitiva temporada (como lo tuvieron Hamilton y Verstappen). En la Máxima Categoría hubo muchos pilotos que decidieron irse tras una fuerte desilusión luego de un año excepcional. Hay dos casos en particular que todavía repercuten.
El primero fue el de Carlos Reutemann tras perder el título, frente a Nelson Piquet, en la última fecha de 1981 en Las Vegas. Sin apoyo de su equipo (Williams) vio como se le escapaba la corona al ser superado por el Brabham del brasileño. Bajó al circuito, improvisado en el estacionamiento del Hotel Caesars Palace, como líder del campeonato y volvió a su habitación como subcampeón (un punto por debajo de Piquet). El dolor fue enorme y le llevó algunos años recuperarse del golpe. En la segunda fecha de la temporada 1982, aun dolorido con la actitud que tuvo Williams, se retiró en silencio de la Fórmula Uno.
El otro que dijo adiós sorpresivamente fue Nigel Mansel en 1992. Si bien no era la primera vez que amenazó con marcharse (en su etapa con Ferrari amagó con irse), el británico sorprendió al mundo anunciando su salida después de lograr el título que le era esquivo durante años. ¿Qué lo llevó a pegar el portazo? Williams contrató a Alain Prost para la temporada siguiente. Mansell no guardaba buenos recuerdos cuando compartieron equipo en Maranello y la gota que rebalsó el vaso fue el contrato del francés (cobraría el doble que el británico aún siendo éste campeón). El León, furioso y desilusionado, aceptó la propuesta de su amigo Paul Newman y emigró a los Estados Unidos. La leyenda de Hollywood lo convenció para que corra en su equipo de Indycar (Newmann / Haas Racing) bajo la promesa que volvería a divertirse en la pista. No lo defraudó.
A diferencia de los casos de Reutemann y Mansell, lo de Hamilton es más enojo que una desilusión. El silencio del británico es funcional para que Wolff despliegue su campaña de mostrarse al mundo como una víctima de la FIA y que Abu Dhabi fue una conspiración contra Brackley. Mientras el británico no se exprese públicamente, el austriaco seguirá hablando en su nombre. Esta estrategia no solo socava la imagen de Lewis, también la de Mercedes (no la del equipo sino de Stuttgart).
La escena del sillón vacío, donde tenía que sentarse Hamilton en la gala de premiación; y del director técnico de Mercedes, James Allison, recibiendo en nombre del equipo el trofeo de Constructores, generó una ola de críticas (incluso de los seguidores de Hamilton más moderados). Esos gestos, que tuvieron el visto bueno de Wolff, terminó el traje que venía confeccionándose en Yas Marina desde la noche del domingo y que muchos aficionados y periodistas se negaban a admitir: Mercedes no es un buen perdedor o, peor aún, no admite la derrota.
En el caso de Hamilton, cada movimiento de su jefe daña su reputación. No ponerle un freno públicamente (ya no alcanza en privado) hace creer a la afición que el británico asiente la maniobra política. Cada palabra y gesto de Toto, sumado a su notoria pasividad, comienza a poner en duda su calidad de Gran Campeón. Un viejo axioma del automovilismo dice que los grandes campeones no se ven en las victorias sino en las derrotas. Michael Schumacher, tras la humillación de ser expulsado del mundial de 1997 por intentar sacar de carrera a Jacques Villenueve en Jerez, supo admitir su error y confesó que fue producto de la desesperación por perder.
Para Stuttgart, la incontinencia verbal del Team Manager podría manchar el nombre de la marca. Daimler AG es el propietario del 33,33% del equipo (Wolff y la empresa INEOS poseen también, respectivamente, el 33,33% ). Pero la automotriz tiene una ventaja: es el dueño de la marca. De agravase el desafío y las acusaciones de Wolff y su séquito contra la FIA no sería de extrañar que baje una orden de Stuttgart para detener el lodazal y cuidar la imagen de la compañía. Mercedes es un nombre de prestigio mundial y Daimler no permitiría que lo arrastren al barro una nueva versión, estilo F1, de la serie House of Cards.
Pero hay otra frase, en el reportaje de AFP, que abrió muchas interpretaciones: “Realmente espero que nosotros dos y el resto del equipo podamos trabajar en los eventos con la FIA y F1 para mejorar el deporte en el futuro”. ¿Qué intenta decir Wolff? Varios analistas, con años desmenuzando los pormenores del Gran Circo, ven a esta expresión como una amenaza encubierta de un retiro del equipo Mercedes si no se aceptan sus “quejas o sugerencias” cuando se analice la polémica carrera. ¿Es probable que esto ocurra? Todo puede suceder en la Fórmula Uno.
En los 71 años de vida han pasado nombres y marcas por el Gran Circo; la F1 sobrevivió a las ausencias y continúo agigantando su leyenda. Ni en los primeros tiempos cuando se corría por el honor, ni en la etapa de Jean-Marie Ballestre como dictador de la FISA, ni en la era de Bernie Ecclestone; jamás un portazo hizo temblar a la Máxima Categoría. Sola una vez sonaron las alarmas y el miedo corrió por los pasillos de la FIA-FISA y FOCA (luego denominado FOM). Ocurrió a mediados de los ochenta cuando un octogenario italiano ordenó a sus leales diseñadores, ingenieros y mecánicos construir un monoplaza para Indycar. Luego lo hizo probar con el mejor corredor de monopostos de los Estados Unidos. Con el coche construido y los resultados de los tests en la mano, amenazó a los popes con retirar a su escudería de la Categoría Reina para instalarse en la Indy. Fue la única vez que les corrió un sudor frío por la espalda a Ballestre y Ecclestone. Enzo Ferrari hubo uno solo.