Verstappen ganó en Italia en un polémico final bajo Safety Car. Lo que debió ser una apasionante definición entre el neerlandés, Leclerc, Russell y Sainz; terminó en abucheos del público hacia la Dirección de Carrera.
Los abucheos y silbidos del público en Monza son justos. No son contra Max Verstappen (Red Bull), legitimo ganador del Gran Premio de Italia. Están dirigidos a la Dirección de Carrera que privó, a más de 120 mil espectadores y millones de televidentes en todo el mundo, de una apasionante definición entre el neerlandés y Charles Leclerc (Ferrari) por la victoria; y entre Gerge Russell (Mercedes) y Carlos Sainz (Ferrari) por el último escalón del podio.
La carrera no merecía finalizar como terminó: bajo Safety Car, en parte, por las demoras de los oficiales en sacar el McLaren de Daniel Ricciardo en Lesmo. Fue un Gran Premio entretenido donde el juego de estrategias no fastidió a los aficionados, los mantuvo expectantes hasta la fatídica vuelta 48.
Con una parrilla rearmada por las penalizaciones, la emoción no se encontraría en la primera línea sino desde el medio pelotón para atrás. Solo se prestó atención los primeros metros entre Leclerc y Russell. Ambos movieron bien y parecía que el Mercedes podía doblegar a la Ferrari. Sin embargo, la diferencia de ritmo se vio en Rettifilo. El británico intentó superar por afuera al monegasco pero no tuvo espacio para frenar, se pasó en la chicana y casi se roza con la Ferrari.
Salido del escollo de la partida, Leclerc se empeñó a extender la diferencia ante la avanzada de Verstappen que partió séptimo. En la quinta vuelta, el Red Bull ya estaba segundo pero descontaba poca diferencia. La Ferrari hacía valer su ventaja en las rectas veloces.
El abandono de Sebastian Vettel, en la vuelta 12, fue el primer golpe de escena. Detuvo su Aston Martin, con el motor echando humo, en la recta opuesta. El incidente motivó un Virtual Safety Car habilitando el juego de los Pit Stop. Red Bull y Ferrari dudaron. Finalmente, Maranello arriesgó y llamó a Leclerc para cambiar por neumáticos medios. En el mismo instante que se detenía Leclerc se relanzaba la carrera. El monegasco regresó tercero detrás de Verstappen y Russell.
Con el campeón liderando en Monza parecía que las cartas estaban echadas. Solo tenía que hacer una detención para asegurarse la victoria. Lo hizo en la 26 y quedó detrás de Leclerc sin recortar distancia. Pero la Scuderia sorprendió e hizo entrar al monegasco en la 34, ocho giros después que Verstappen, para calzar blandos. La jugada descolocó a Milton Keynes.
La carrera estaba abierta. Ferrari no renunciaba a dar pelea hasta el final y Red Bull se zambulló en cálculos matemáticos para encontrar el giro apropiado para una segunda detención. Hasta que llegó la maldita vuelta 48.
El McLaren de Ricciardo se quedó sin potencia en el ingreso a Lesmo. La zona dificultaba el trabajo de los oficiales de pista para retirarlo. La Dirección de Carrera, este fin de semana bajo el mando de Niels Wittich, demoraba en sacar el Safety Car. Finalmente se envió el coche de seguridad y abrió una parada gratuita para los pilotos del Top Cuatro.
Ingresaron a boxes Russell y Sainz; luego Verstappen y Leclerc. Todos para calzar blandos. El espectáculo estaba garantizado: los cuatro pelarían por los escalones del podio. Una vez que se diera la bandera verde, el monegasco iría a la caza del neerlandés por la victoria; y el español, que hizo una extraordinaria remontada desde el puesto dieciocho, iría por el tercer lugar que estaba en poder del británico.
A falta de dos vueltas y con la pista limpia no se autorizaba el relanzamiento. Los temores que la carrera finalizara bajo Safety Car crecía kilómetro a kilómetro. Una vez más, lo peor de la Fórmula Uno, volvió a rondar un circuito: las contradicciones de sus oficiales.
Y los peores temores se cumplieron. Llegó el giro 52 y no hubo bandera verde. La última vuelta fue en fila india detrás del coche de seguridad. Cuando transitaban por la Parabólica comenzaron a bajar los silbidos de las tribunas. Recta principal, bandera a cuadros y final: Primero Max Verstappen, segundo Charles Leclerc, tercero George Russell y cuarto Carlos Sainz. La ineptitud de la Torre de Control dejó a la afición sin lo más hermoso del automovilismo: definición en la última vuelta. Decepción absoluta
La transmisión oficial cortó abruptamente el sonido ambiente cuando abuchearon a Verstappen en el podio. ¿Los Tifosi están en contra del líder del campeonato? Todo lo contrario. Era la única forma de manifestar el rechazo a las decisiones erráticas de los comisarios y la Dirección de Carrera. Apenas sonreía Max -quién sigue marcando fechas para una consagración anticipada-. Leclerc no podía disimular su fastidio. Y el bueno de Russell esbozaba tímidamente una mueca por un tercer lugar que no estaba en los planes de Mercedes. Una mala decisión arruinó lo que debía ser una fiesta.
Lo ocurrido en Monza debe ser un llamado de atención para la FIA. Esta temporada se repiten errores en la Dirección de Carrea, en el comisariato y en el cuerpo de auxiliares de pista. ¿Ejemplos? En Austria hubo una tardía reacción de los oficiales cuando se incendiaba el auto de Sainz; en los Países Bajos, la dirección al mando de Eduardo Freitas, tardó una eternidad en enviar el Safety Car cuando se detuvo el Alfa Romeo de Bottas en la recta principal; y en Monza dudaron en el relanzamiento.
Los señores Freitas y Wittich fueron fungidos como la purificación de todos los supuestos males de la era de Michael Masi -y lo que restaba de la Doctrina Ecclestone-. Los nombres pueden cambiar, las torpezas no.