El 7 de abril de 1968, figura como una de las fechas más tristes de la historia del automovilismo mundial, ese día, desaparecía físicamente Jim Clark, el piloto preferido de Colin Chapman, el “Invencible”, el “Escocés Volador”, el piloto que con su desaparición se adueñó de una de las leyendas más grandes de la historia del automovilismo en general.
Con un Lotus 48 se despistó en el circuito de Hockenheim, Alemania, disputando una carrera sin importancia de Fórmula 2, una carrera que carecía de puntos, uno de los tantos compromisos al que Clark asistía por orden de su jefe.
Múltiples fueron las versiones sobre su accidente, ¿Un pájaro en la cara?, ¿Una piedra arrojada por otro auto?, ¿El desprendimiento de una parrilla de suspensión?, lo cierto es que en esos alejados bosques donde reposan los cimientos del circuito alemán , enmudeció para siempre la agigantada figura de Clark, un piloto que llevaba conquistado dos títulos mundiales en Fórmula 1, victorias en Sport, victorias en las 500 Millas de Indianápolis en su segunda presentación, pero sobre todo , portaba un ejemplo de profesionalismo, ese quizás fue el argumento más sólido para que este granjero escocés se convierta en leyenda.
Para encuadrar la real dimensión del piloto que fue Clark, tendríamos que remontarnos a los temibles años 60, donde los autos carecían completamente de cargas aerodinámicas, donde para llevar al límite un bólido de esas características, se necesitaba algo más que condiciones conductivas, se necesitaba coraje y valor.
¿Qué pensará Jim en estos momentos, cuando ve un piloto que acciona el dispositivo del DRS en plena recta para ganar velocidad de punta?, ¿ Sonreirá al recordar que con cubiertas prácticamente sin agarre doblaba en 5ta a fondo en el demencial circuito de Zandvoort, teniendo además de unas muñecas prodigiosas un par de huevos de oro?, ¿ O sentirá nostalgia cuando al recordar el endiablado Nurburgring volverá como a una reminiscencia de esas caídas que efectuaba el auto luego de saltar repercutiendo una y otra vez en cada fibra de su cuerpo?.
¿Le atraerá esta Fórmula 1 donde en lugar de aceite, cubiertas, motores desarmados y suspensiones, encuentra uno, hoy en los boxes una pulcritud similar a la de un quirófano?.
¿Sentirá añoranza por un romanticismo donde prevalecían los buenos modales, tantos éticos como deportivos y cualquier reunión era una excusa para juntarse con sus colegas y pasar un buen momento, como quien comparte un encuentro con compañeros de trabajo y no el alejamiento tan distante de los pilotos de hoy en día?
De haber vivido Jim, ¿Qué le hubiese contado a sus nietos? Que los pilotos de hoy para frenar y doblar en vez del punta y taco utilizan un dispositivo Kers que recupera energía cinética de las frenadas ?
¿Les contaría entre asombrado e incrédulo, que con sus guantes accionan un LED para regular la computadora de abordo?
¿Les hubiese dicho que ya no sacan las manos del volante ni siquiera para meter los cambios de velocidades?
Seguramente sonreirá al saber que los jóvenes pilotos de hoy en día desconocen lo que es bajar del auto luego de más de dos horas expuestos a las más altas velocidades con las manos echas una llaga, muchas veces con el guante deshilachado y hasta las manos sangrando por la continua manipulación de una palanca de cambios rebelde que incitaba a castigarla con violencia para domar una fiera que venía aullando a mas de 9000 rpm, empujando desde atrás como un tren de carga, mientras debías sincronizar pies y oídos para ejecutar un punta y taco en un santiamén.
Y al bajar y contemplar el estado de las cubiertas, que muchas veces terminaban con los hilos, se quedaban contemplando el auto por delante y por detrás , así, solos, enajenados, aturdidos, como alienados , lunáticos, para soberbios y arrogantes como eran por el riesgo que acababan de superar, se mostraban superior a la mediocridad del mundo externo.
En la época de Clark se corría en el legendario Spa Francorchamps, una pista ubicada en la provincia de Lieja, Bélgica, circuito que con sus “Eses de Masta” alcanzaba los 14 kilómetros de recorrido, el doble de lo que los pilotos transitan hoy en día, siendo muy pocos los temerarios que se atrevían a entrar a Eau Rouge a fondo desafiando todos los principios de las leyes humanas de la supervivencia , él lo hizo, los de su generación lo hacían, sin medir tanto los riesgos, que eran y muchos.
El mismo circuito del que el recordado piloto de la categoría de 250 cm3 Ivan Palazzese declaraba: “Cuando transitas Eau Rouge a fondo, sentís que estás jugando a la ruleta rusa contra el mismísimo diablo, lo peor, es que mientras vas con el gas a fondo, sabes que llevas todas las de perder”.
El piloto escocés, fue el Rey indiscutido de la época en que participo en la categoría reina, sabia mejor que nadie como exprimir hasta el límite los motores de litro y medio de cilindrada.
Un talento que quiso medirse con sus pares norteamericanos en las 500 millas de Indianápolis, y lo hizo. Cruzó al otro lado del océano, equipó su pequeño Lotus, que tantas alegrías le dio en Europa con un motor Ford frente a los potentes Offenhauser 450 delanteros y les arrancó la victoria, convirtiéndose en el primer piloto europeo en ganar tan prestigiosa competencia, y siendo el primer triunfo de un auto con motor trasero en Indy, otro halago en el historial de Clark
Otra de sus grandes conquistas fue la de Monza de 1967, mientras lideraba el GP con comodidad, fue advertido por Jack Brabham que uno de sus neumáticos traseros se estaba desinflando, entró a Boxes para cambiar dicha cubierta saliendo en el puesto 15, para recuperar la punta a siete giros del final, lamentablemente, tanta exigencia no alcanzó ya que a una vuelta del final, el Lotus terminó sin combustible.
Definitivamente, Jim Clark debe ser considerado uno de los mejores pilotos de todos los tiempos. Disputando 73 competencias, obteniendo 25 victorias, un segundo puesto y seis terceros, por ende, en los pergaminos de la Fórmula 1, figura que obtuvo 32 podios, una efectividad de casi el 50%.
No obstante, no todas fueron rosas en la vida deportiva del piloto de Kilmany, en sus inicios en las competencias de Formula 1, tuvo que enfrentarse a una causa judicial que lo acorraló por muchísimo tiempo, incitándolo a abandonar las competencias una y otra vez.
En la temporada de 1961, la categoría se aprestaba a disputar en Monza la 7ma fecha de la temporada, la fiesta seria única, allí, el equipo Ferrari llegó como líder absoluto de los campeonatos de constructores y de pilotos, ya que tanto Phil Hill como Wolfgang Vons Trips podrían consagrarse campeones del mundo , ese mismo día y en ese circuito, quien mejor posicionado estaba, era Trips, ya que con un tercer puesto le alcanzaba para convertirse en el primer alemán campeón del mundo.
Promediando la segunda vuelta y mientras protegía la primer posición, Wolfgang se tocó con el Lotus de Clark, proyectándose contra el público y matando 14 espectadores. El cuerpo de Trips se destrozó en el impacto y quedó sin vida en medio de la pista. Al volver a los Boxes caminando, destrozado por lo que acababa de ver, Clark entre sollozos explicó:
“Von Trips y yo corríamos en la recta y nos acercábamos a la curva peraltada del sur, estábamos a unos cien metros de la entrada de la curva, Von Trips marchaba por la parte interior, y yo lo seguía muy cerca por afuera, en un momento la Ferrari torció las ruedas y las delanteras de mi auto tocaron al suyo por detrás. La Ferrari salió hacia un costado, dio dos vueltas y fue a chocar contra la protección interna de la pista, rebotó, volvió a embestir mi máquina y volvió a despistarse ahora contra los espectadores.”
Ese día, la victoria fue para su compañero de equipo, Phil Hill quien cruzó la meta en honor a su compañero caído. Phil Hill se coronó como el primer americano en ser campeón mundial, pero en la ceremonia, su semblante mostraba que sus pensamientos estaban con su amigo. No obstante, se dice que a Von Trips el destino le deparaba lo inevitable, puesto que el día de su trágico accidente tomaría un vuelo que finalmente se estrellaría sobre Escocia.
No hay mucho más para decir de quien fuera el sucesor real de Juan Manuel Fangio, el “Chueco” de Balcarce, no podía evitar la comparación cuando el interlocutor lo escudriñaba con una pregunta inquisidora sobre si el piloto del viejo continente podía ser su heredero natural,
Seguramente, Jim lo habrá pensado en más de una oportunidad, si no fuera que el destino, que muchas veces nos sorprende sin avisar, no se lo hubiese llevado ese 7 de abril de 1968, con tan solo 32 años.